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sábado, 25 de junio de 2016

L’invitation au voyage - un viaje a la belleza

Henri Duparc (1848-1933) es considerado uno de los mejores melodistas franceses. 
Su obra fue escasa, debido a una enfermedad compuso poco más de una decena de mélodies. 

Pintura de Henry Matisse. Luxe, calme et volupté, 

basada en el poema de Baudelaire
Una de las mélodies más conocidas es “L’invitation au voyage” (La invitación al viaje), una obra para voz y piano compuesta  en 1870 sobre un poema de Charles Baudelaire. El poema está dedicado a una de las amantes de Baudelaire, posiblemente Marie Daubrun, una bella actriz de teatro: rubia, de ojos verdes, con la que mantuvo una breve, pero apasionada y tormentosa relación, abandonando aquélla finalmente al poeta por un amigo de Baudelaire.
En este poema Charles Baudelaire le habla a su amada de la posibilidad de irse a vivir juntos a un lugar ideal donde reina la belleza, la calma y el bienestar. Con toda seguridad se está refiriendo a Holanda, y posiblemente a Ámsterdam, lugar que no conocía el poeta personalmente, pero que era evocado en los relatos de amigos suyos como Gérard de Nerval, y que en esa época era uno de los principales puertos receptores de mercancías de Oriente.


Invitación al viaje – Charles Baudelaire

¡Mi niña, mi hermana,
piensa en la dulzura
de ir a vivir juntos, lejos!
¡Amar a placer, amar y morir
en un país como tú!
Los mojados soles en cielos nublados
de mi alma son el encanto,
cual tus misteriosos ojitos traidores,
que a través del llanto brillan.
Todo allí es orden y belleza,
lujo, calma y deleite.
Muebles relucientes, por la edad pulidos,
adornarían el cuarto;
las flores más raras mezclando su aroma
al vago aroma del ámbar,
los techos preciados, los hondos espejos,
el esplendor oriental,
todo allí hablaría en secreto al alma
su dulce lengua natal.
Todo allí es orden y belleza,
lujo, calma y deleite.
Mira en los canales dormir los navíos
cuyo humor es vagabundo;
para que tú colmes tu menor deseo
desde el fin del mundo vienen.
Los soles ponientes revisten los campos,
la ciudad y los canales,
de oro y de jacinto;
se adormece el mundo en una cálida luz.
Todo allí es orden y belleza,
lujo, calma y deleite.



Naomi Johns - Soprano


domingo, 5 de junio de 2016

Lluvia - Federico García Lorca



La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.

Es un besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante.

Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
y nos unge de espíritu santo de los mares.
La que derrama vida sobre las sementeras
y en el alma tristeza de lo que no se sabe.

La nostalgia terrible de una vida perdida,
el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
o la ilusión inquieta de un mañana imposible
con la inquietud cercana del color de la carne.

El amor se despierta en el gris de su ritmo,
nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre,
pero nuestro optimismo se convierte en tristeza
al contemplar las gotas muertas en los cristales.

Y son las gotas: ojos de infinito que miran
al infinito blanco que les sirvió de madre.

Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio
y le dejan divinas heridas de diamante.
Son poetas del agua que han visto y que meditan
lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.

¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos,
lluvia mansa y serena de esquila y luz suave,
lluvia buena y pacifica que eres la verdadera,
la que llorosa y triste sobre las cosas caes!

¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas
almas de fuentes claras y humildes manantiales!
Cuando sobre los campos desciendes lentamente
las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.

El canto primitivo que dices al silencio
y la historia sonora que cuentas al ramaje
los comenta llorando mi corazón desierto
en un negro y profundo pentágrama sin clave.

Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
tristeza resignada de cosa irrealizable,
tengo en el horizonte un lucero encendido
y el corazón me impide que corra a contemplarte.

¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
y eres sobre el piano dulzura emocionante;
das al alma las mismas nieblas y resonancias
que pones en el alma dormida del paisaje! 

miércoles, 1 de junio de 2016

Poema a las hojas del Ginkgo - Goethe y un amor perfecto

Tal vez la hoja del Gingko fue el mejor símbolo de una relación perfecta para Goethe, y el poema: la mejor manera de ofrendarle a su amada la belleza de su significado.

Ginkgo Biloba

Las hojas de este árbol, que del Oriente
a mi jardín ha venido, lo adorna ahora,
un arcano sentido tienen, que al sabio
de reflexión le brindan materia obvia.

¿Será este árbol extraño algún ser vivo
que un día en dos mitades se dividiera? 
¿O dos seres que tanto se comprendieron,
que fundirse en un solo ser decidieran?

La clave de este enigma tan inquietante
Yo dentro de mí mismo creo haberla hallado:
¿no adivinas tú mismo, por mis canciones,
que soy sencillo y doble como este árbol?"

     El ginkgo,  testigo del tiempo, simboliza la dualidad del mundo: el principio masculino y el femenino, el cielo y la tierra, lo visible y lo oculto, el Sol y la Luna, el ying y el yang. Darwin llamó a este árbol fósil viviente, pues está considerado como la especie superior viva más antigua del planeta. El arte de la jardinería en la milenaria China reside en su carácter mágico y sagrado, pues el jardín es una representación viva del cosmos, con sus elementos sombríos y luminosos, dinámicos y estáticos, que están en un continuo equilibrio entre fuerzas opuestas.

    Nunca antes había encontrado Goethe una mujer que estuviera a su mismo nivel estético. La imagen que él tiene del hombre como árbol y la mujer como hiedra que se enrosca a su alrededor amenazando con ahogarle queda sustituida por el simbolismo de las hojas del Ginkgo biloba, mítico árbol de Asia oriental cuyas hojas divididas en dos representan el uno y el doble y conforman la perfecta simetría, asociándose, por tanto, a una relación de igual a igual.
Aunque no se conoce con certeza el alcance de la relación que mantuvieron Goethe y Marianne, la atracción mutua entre ambos tiene su inicio en los breves encuentros de 1814 y se convierte en amor apasionado durante el verano de 1815. Goethe envía a Marianne una hoja de Ginkgo como especial símbolo de la amistad, la hoja está formada de manera que no se sabe si se trata de una hoja dividida en dos, o dos hojas unidas en una sola. El 15 de septiembre de 1815, en una reunión con los amigos y Marianne en Gerbermühle de Frankfurt (Alemania), Goethe lee por vez primera su borrador del poema.
El 23 de septiembre de ese mismo año la pareja se vio por última vez. Entonces Goethe le mostró el Ginkgo en el jardín del Castillo de Heidelberg, del que tomó las dos hojas que aparecen pegadas en el poema original que enviaría a Marianne cinco días después. A partir de entonces una fluida y abundante correspondencia se cruzó entre ellos hasta la muerte del poeta.
Este poema simboliza la naturaleza de todo el ciclo: la unidad en la dualidad; Este y Oeste que se combinan y sin embargo cada uno conserva su esencia; el poeta, como la hoja de ginkgo, es a la vez “simple y doble”. De manera parecida, el poema es a la vez serio e irónico, tanto intelectual como emocional, y el amor del que habla contiene la felicidad y la resignación.










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