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sábado, 16 de abril de 2016

Tren nocturno a Lisboa

Ganador de dos Palmas de Oro en Cannes por "Pelle el conquistador" y "Las mejores intenciones", el danés Bille August es un cineasta viajero y experto en adaptaciones literarias. Si en "La casa de los espíritus" transformó en imágenes la novela de Isabel Allende, en "Tren nocturno a Lisboa" asume el desafío de filmar el libro de Pascal Mercier, seudónimo del profesor de filosofía y escritor suizo Peter Bieri.

El protagonista de la película ejerce asimismo de profesor de latín y griego en Berna. Posee un rostro que deja huella: el de Jeremy Irons. El azar hará que un viejo libro, en cuyo interior hay un billete actual con destino a Lisboa, acabe en las manos del erudito lingüista. Con el tiempo justo para subirse al ferrocarril, este ser solitario se obsesiona en intentar localizar al autor de una obra escrita durante el régimen dictatorial de Salazar.

Aunque el tema político reaparezca en diversos tramos de una historia sujeta a constantes saltos temporales, tiene momentos brillantes y se gana al espectador mostrándonos el itinerario de este doctor enseñante que intenta cubrir los grandes vacíos existenciales de su propia vida. Cuenta con un magnífico elenco de actores encabezado por Jeremy Irons y que completan Jack Huston, Charlotte Rampling, Mélanie Laurent, Tom Courtenay, Lena Olin, Bruno Ganz o un aquí nada vampírico Christopher Lee.

"Cuando dejamos un lugar, dejamos en el mismo tiempo, una parte de nosotros mismos. Esta parte se queda aunque ya no estemos allí. Hay cosas que sólo se puede encontrar si volvemos a un lugar."  (Pascal Mercier)

El siguiente fragmento corresponde a uno de los escritos de Prado. Cualquiera de ellos podría ocupar su lugar.
        “PALAVRAS NUM SILÊNCIO DE OURO. PALABRAS EN UN SILENCIO DE ORO. Cuando leo el periódico, cuando escucho la radio o presto atención en el café a lo que dice la gente, siento a menudo el hastío, incluso el asco por esas mismas palabras, siempre iguales, que se escriben o se pronuncian…por los mismos giros, las mismas fórmulas retóricas y las mismas metáforas. Y lo peor sucede cuando me escucho a mí mismo y me veo obligado a constatar que yo también digo eternamente las mismas cosas. Esas palabras están terriblemente gastadas y deterioradas, desgastadas por haber sido usadas millones y millones de veces. ¿Acaso tienen todavía algún significado? Por supuesto, el intercambio de palabras todavía funciona, las personas actúan sobre esa base, ríen y lloran, tuercen a la derecha o a la izquierda, el camarero trae el café o el té. Pero eso no es lo que pretendo cuestionar. La pregunta es: ¿son todavía esas palabras la expresión de unas ideas? ¿O son simplemente ineficaces estructuras sonoras que empujan a los hombres a un lado o al otro, porque las huellas grabadas de la cháchara despiden incesantemente un resplandor pasajero?
        A veces sucede que voy a la playa y estiro la cabeza al viento, un viento que yo desearía estuviese helado, más frío del que conocemos en este país: ese viento podría llevarse de mí todas las palabras gastadas, todos esos hueros hábitos del habla, a fin de poder regresar a casa con un espíritu depurado, limpio de toda la escoria característica de una perorata invariable. Sin embargo, a la primera oportunidad en que me veo obligado a decir algo, todo está como al principio. La purificación que añoro no es algo que surja por sí misma. Tengo que hacer algo, y tengo que hacerlo con palabras. Pero ¿qué hacer? No se trata de que quiera escapar de mi idioma y adentrarme en otro nuevo. No, no se trata de una diserción lingüística. Además, también me digo otra cosa a mí mismo: el lenguaje no se puede inventar de nuevo. ¿Qué es, pues, lo que quiero?
        Quizá sea eso: quisiera reordenar las palabras del portugués. Puede que las frases surgidas de ese nuevo orden no estén corruptas ni sean extravagantes, no deberían ser palabras exaltadas, manidas ni intencionadas. Tendrían que ser frases arquetípicas del portugués, las que conforman su centro, al punto de tener la sensación de que surgen sin rodeos ni impurezas de la esencia transparente y diamantina de ese idioma. Las palabras tendrían que ser impolutas como el mármol pulido, y tendrían que ser puras como las notas de unaPartita de Bach, que transforma en silencio absoluto todo lo que no es ella misma. A veces, mientras queda todavía en mi interior un resto de reconciliación con ese cieno del idioma, pienso que podría ser el silencio agradable de un apacible salón o el silencio distendido entre dos amantes. Pero cuando se apodera de mí absolutamente la rabia por los pegajosos hábitos a la hora de usar las palabras, entonces no puede ser menos que el silencio claro y frío de un espacio sideral sin luz en el que yo soy el único que habla portugués y donde sigo el curso callado de mi órbita. El camarero, la peluquera, el revisor del tranvía, todos se quedarían perplejos si escucharan esas palabras en su nuevo orden, y su perplejidad sería provocada por la belleza de las frases, la cual no sería otra cosa sino el brillo de su claridad. Serían -me imagino- frases irrefutables, y también podría llamárselas inexorables. Estarían allí, incorruptibles e inamovibles, y en eso se parecerían a las palabras de un dios. Al mismo tiempo, estarían despojadas de toda hipérbole y de todo Pathos, tendrían precisamente tal sobriedad, que no se podría eliminar ni una sola de ellas, ni una sola coma. En ese sentido, serían comparables a un poema urdido por un orfebre de las palabras.”
Ficha Técnica
Dirección: Bille August
Intérpretes: Jeremy Irons, Mélanie Laurent, Jack Huston, Charlotte Rampling
Producción: Alemania, Suiza y Portugal, 2013.
T.O.: Night train to Lisbon.
Drama
Duración:111 minutos

Fuentes: La Vanguardia y Santos García Zapata.

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